Para celebrar la Navidad basta con tener tanto entusiasmo e imaginación como Celestina; no como su amigo Ernesto -más preocupado por el frío del invierno- que no está por cumplir su promesa de organizar una fiesta con el pretexto de que habría que gastar un dinero que no tienen. Pero pese a las momentáneas decepciones, Celestina siempre se sale con la suya; Ernesto es tan bonachón y generoso, que -dejando a un lado su carácter racional- accede a ayudarla para que no se disguste.
Porque en la ayuda mutua está la clave de esta historia tierna y entrañable: juntos van al bosque a buscar cuanto necesitan para adornar su humilde hogar, juntos confeccionan dibujos, uno cocina mientras la otra envuelve los sencillos obsequios que han preparado. E inesperadamente, descubriremos a un pícaro Ernesto tomando la iniciativa para sorprender a los asistentes y a la propia Celestina, convirtiéndose en el alma de una fiesta navideña inolvidable.
Como en la treintena de títulos que conforman esta serie creada por Gabrielle Vincent en los años 80, La Navidad de Ernesto y Celestina se caracteriza por el formato dialogado del relato y la carga emocional de sus protagonistas humanizados. Así, las ilustraciones destacan por la gran expresividad y gestualidad de los personajes. Dispuestas en viñetas, a modo de fotogramas consecutivos o toda página, son imágenes luminosas de trazos sueltos y ligeros, sutilmente coloreadas.
Las peripecias del gran oso y la frágil ratita nos conmueven y reconcilian con el mundo porque transmiten el valor de la auténtica amistad, la capacidad para hallar la felicidad en las cosas sencillas, para compartir lo poco que tienen con los demás